Extraído de: AIKIDO -
UN ARTE MARCIAL (Acceso a otro modo de ser)
Un arte marcial amputado de las técnicas de ataque y que se niega a la
combatividad no deja de hacer sonreír a los partidarios del músculo y la
fuerza. ¡El aikido tiene sus detractores, por cierto, los que lo asimilan a la
danza! ¿De qué se trata en realidad? No es cuestión de negar la evidencia del
poder muscular, pero es preciso admitir, por una parte, que sólo tiene una
existencia corta y, por la otra, que hay otra cosa, que existe otra solución
que aquélla en la que se oponen dos fuerzas contradictorias.
Quienquiera que
por primera vez atraviesa las puertas de un dojo donde se desarrolla un
entrenamiento de aikido no puede entrever el camino arduo a lo largo del cual
el aikido-ka ha ido desarrollándose, día tras día, y continúa afinándose para
evitar el escollo de la violencia. Que se le perdone, pues, a ese espectador escéptico
que no puede impedir la comparación entre un aikido-ka y un bailarín, lleno de
experiencia, quizá, y perfecto conocedor de su parte. Tras esta especie de
coreografía que es un randori visto desde fuera, hay el sentido de equilibrio y
del desplazamiento que dan a los que lo practican regual y sinceramente desde
hace ya mucho, la facilidad de la esquiva y la presición del gesto.
De su
actitud flexible y vigilante frente a los ataques interceptados, dirigidos y
controlados hasta su agotamiento, se desprende una impresión de facilidad, aún
de complicidad entre el aikido-ka y sus atacantes. Las evoluciones sobre la
alfombra, la rapidez y la aparente facilidad con que pone a los atacantes en
imposibilidad de continuar el combate parecen tan naturales, tan de acuerdo con
los movimientos de sus adversarios, que todo puede parecer dispuesto de
antemano, como si de una puesta en escena se tratara. Nada de eso es así. Por
el contrario, es posible considerar el aikido como una ocasión de formar y
desarrollar armoniosamente el cuerpo y aun de concebirlo sobre el plano
estético como la transposición de una necesidad de expresarse, de afirmarse, de
crear.
El universo del aikido y el de la danza tienen puntos en común. Mantienen
relaciones íntimas que perciben a la vez el espectador y el practicante. Como
la danza, el aikido crea una plástica. Esa es la razón por la que las
demostraciones del aikido se distinguen de las demás por su gracia y su
belleza. Las figuras, la presición de los ademanes, la fluidez de los movimientos
siempre en perfecto acorde no se vuelven eficaces y fáciles por una complicidad
mutua ni por un trabajo preparatorio, sino por la sola capacidad de sincronizar
los actos con la situación. Es por eso que los hechos y los ademanes del
aikido-ka dan la impresión de recortar el tiempo y el espacio en motivos
armoniosos y repetidos, y en ritmos, como la danza. De la habilidad del
practicante, de su dominio del arte y la significación que le da, nacen
variaciones armónicas e intuitivas que hacen del aikido antes un arte que un
deporte. La perfección del acorde en la disensión es un resultado de la
voluntad del practicante de reconciliar los contrarios, de borrar las
oposiciones y, por cierto, de su aptitud de creación. Cuando mejor lo logra,
más la armonía da la impresión de ser el resultado de un truco.
Por estos aspectos que en nada alteran su lado marcial, el aikido se relaciona
con la danza, pero aquí se acaba toda similitud.